LOS COMENTARIOS

To the Happy Few: espero que estos comentarios y las otras ideas o divagaciones que siguen en la bitácora presente puedan ser de alguna utilidad a quien quiere seguir o ya está en este oficio o carrera de las letras, ya porque sea muy joven y no tenga a quién acudir, o ya porque no siendo joven de cuerpo sí lo sea de espíritu, y desee o considere que es adecuado, con toda llaneza, combatir de este modo que ofrezco el aburrimiento...

Las reglas de uso que propongo al usuario son simples: que tus comentarios busquen la contundencia de la piedra lanzada y suspendida en el aire, buscando allí afinar la idea.

Deseo también que estos pequeños dardos de este diario personal que aquí inicio sirvan como disparadero de ideas para otros proyectos ajenos destinados a otros espacios.

Por último, los diálogos que se produzcan los consideraré estrictamente privados. Y no es preciso poner punto final a los mismos, pues incluso los ya transitados pueden recrudecerse pasado un tiempo.

domingo, 20 de noviembre de 2016

Bibliotecas expurgadas, desahucios y asilos.

Va pasando el tiempo,  -así que era esto, sí, y lo decía Gil de Biedma, en su No volveré a ser joven, "Que la vida iba en serio/uno lo empieza a comprender más tarde"- y aún peores cosas que eran, pudieron ser y no fueron, en fin, las casas se van quedando pequeñas, o se necesitan para una venta rápida, y hacernos con efectivo, -money, money- y es preciso irse a otra aún más pequeña, o nos divorciamos, separamos, o nos desahucian, y hay que dividir el patrimonio, el menguado patrimonio, vamos, amigos, una ruina. De ahí que por esto que digo nunca nos debemos alejar mucho, o nada, de nuestro Marco Aurelio, y de los compañeros estoicos que nos enseñaban en la escuela de la calle, en la Stoa, bajo los pórticos. O en los jardines, como en Herculano, que una dosis de laissez faire epicúreo viene bien a la escuela del saber esperar..., que la renuncia, con un vinito, sabe mejor.

Siempre vuelve uno al principio. La vuelta y el regreso a la lampancia de la que nunca salimos ni nosotros ni el país. Porque ya se sabe que aquí escribir y todo eso de la cultura es llorar. Casi siempre. Menos mal que es vocación, decimos para consolarnos, y eso aún nos lo reprochan los que están atados al duro banco, pero con el riñón cubierto. Nos dicen, "claro, hacéis lo que os gusta, pues entonces no os quejéis, ¡so cigarras!". Lo dicho, en nuestra libertad está nuestra ganancia, y eso sí que no tiene precio...

A lo que venía. El caso es que con tanto encogimiento y mengua de casa, de hacienda, y de cuerpo, los libros, las revistas, los recortes de periódicos, y toda suerte de soportes analógicos, -esto suena como de otro tiempo y es una palabra feísima- ya no caben en la casa que es de uno y pronto igual deja de serlo. O ya no podemos cargar con ellos, me decía un vecino con el que compartía charlas breves, en el rellano de la escalera. Tenía una colección bastante decente de los libros miniatura de Aguilar, los de la Colección Crisol, y en ocasiones hice con él algún intercambio, para completar algo la mía. "Llega un momento -me decía-, en que no puedo ni levantar los viejos diccionarios, comenzando por el mataburros de la RAE, ¡y los grandes catálogos de arte!, me cuesta un horror bajarlos de las estanterías y desplegarlos sobre la mesa. Pero me dan la vida, pues ya no puedo visitar los museos". De estas cosas hablábamos, cuando salía con su mujer, vestida como una princesa gastada de la novela de Evelyn Waugh, Retorno a Brideshead. Y es que lo de ser analógico es como ser antediluviano, y yo creo que esto último era casi mejor, porque ser antediluviano es como ser o estar en el mundo antes de la caída, cuando había amor libre, y todo era fiesta, desenfreno y rock & roll. Y nada de rezos porque no había pecado..., ese sí que era un paraíso...

Esto que digo no es broma. Porque la vida es larga, y la lucha por ganarla o perderla nunca termina, hasta el último momento. Todo un fastidio. Estos días hemos sabido, a propósito de la muerte de Leonard Cohen, que a los setenta y tantos largos fue estafado por su representante y se quedó el poeta casi sin dinero, y por eso mismo se tuvo que echar de nuevo a la carretera, y a los conciertos en directo, para ganarse esa vida, que veía, cada vez más oscura, como nos dice en su último disco. Era un descuidado y feliz, y esto ya le había pasado con los derechos de Suzanne, que también se los había robado un aprovechado arrebatacapas.

Cada vez encuentro a más amigos que se vuelven, a casa de sus nonagenarios padres, o que los raptan, para disfrutar ellos de su pensión, y del menguado peculio. Mientras no les quieran echar, claro, que es lo que le pasó a mi vecino, y a su mujer. Su hijo se arruinó, cosas de una imprenta antediluviana, y desesperado convenció a sus padres, de aquella manera, claro, para que se fueran ellos a una residencia aparcadero de ancianos, y de ese modo poder vender la casa, y hacerse con algo de metálico para salir adelante. Me lo dijo una mañana mi vecino, con cara de retirada de la guerra de Cuba, y/o de haber leído el poema de Gil de Biedma por última vez. Ni pude ni supe decirle una palabra de consuelo. Porque me podía imaginar muy bien el escenario. El hijo arruinado, los nietos en riesgo de quedarse a dos velas, y los abuelos, los pobres abuelos que estaban como una rosa a sus 92, viviendo en una casa de 350.000€, vamos, como eso de sentarse a tomar el sol a la boca de una mina de oro.... en el far west... Reconozco que tuve un mal pensamiento, somos así, y hasta dudé en hacerle una oferta por los crisoles, y por algunos catálogos antiguos, que había entrevisto con codicia, en su biblioteca, y que con seguridad irían por ahí a malbaratar.

Pero, por suerte, aquello no pasó de un mal pensamiento. Se quedó en esas viejas tentaciones que nos ponían los demonios de antes, de cuando había demonios y creíamos en ellos, y nos tentaban. Y uno aprendía a controlarse, y a no ceder. No, aquello estaba mal. Yo no podía beneficiarme de su desgracia, hubiera sido esto un detalle de pésimo gusto y, quién sabe, hasta una humillación. Igual el pobre viejo todavía soñaba o imaginaba con la improbable rareza de algún nieto lector que un día se entretuviera con sus viejos libros, recordando al abuelo.

Las ventajas de una buena educación, de las de antes, de las que enseñaban a contener las bajas pasiones y a dejar en su sitio a los malos pensamientos, es que uno es menos proclive que otros a ceder a la pulsión de estos bajos instintos, anclados en el superyo de la especie y en la escala evolutiva de los cazadores oportunistas que fuimos durante varios cientos de miles de años. Ahora estamos, y están, -también porque son pocos, o menos-, todos al servicio del malcriado niño emperador, hijo de mamá, y putativo de abuela, de tía, para que entre todas le pongan piso, porque si no, ojo, le sale el machito alfa, y te lo quita él mismo. Y también está esa escuela pedagógica del soltarlo todo, del expresarlo todo, y de no dejar nada en la recámara del magín, como si lo bueno fuera ir por ahí soltando y haciendo todo lo que se nos ocurre, con tal de expresar nuestra individualidad. Pues ya no hay arte ni oficio, dicen estos, y todos podemos expresarnos y soltar cualquier burrada. No, mire, muchas cosas, se deben quedar en borrador, en boceto, en propuesta mejorable y, desde luego, muchas otras, no deben salir de ahí ni como prototipo. Y una buena educación sirve para saber dónde esta el límite que nos precipita a la ofensa gratuita, al mal gusto granhermanista de una sociedad obscena, trivial y manipulada. No por transgresora, sino por banal.

En mi caso, y para que los libros no me coman, y como quiero ahorrar tormentos a mis futuras canas, he comenzado a realizar podas selectivas, pequeñas donaciones e intercambios con libreros cualificados. Sí, cuando comprendí que en casa ya había ocupado el límite de lo deseable, con libros en el salón, en los pasillos, en mi despacho, y en un trastero con sus cuatro paredes, forrado del suelo al techo, me dije que había que hacer algo. Claro que hay estrategias para que los libros circulen y vuelvan a un mercado secundario. Y si nadie los quiere pues hay bares de borrachos, hoteles de solitarios y parejas que no se soportan, y espacios de "book crossers" donde se pueden dejar los libros, huérfanos de dueño, para que tengan una segunda oportunidad, en esos encuentros furtivos que he poetizado en De los años próximos.

Como quiera que sigo comprando libros y catálogos y me siguen llegando, de un modo u otro, hace ya un tiempo que he iniciado una política de lo que yo, en mi caso, llamo "quitas", buscando la esencialidad de los temas, buscando la concentración sobre mis intereses más cercanos. En el caso de autores concretos, hago juicio sumario, y le informo al autor que tiene que ser desahuciado. Hay luego asuntos que ya no me interesan, o que sirvieron para documentar un libro ya publicado, y por tanto las fuentes están ahí. Los que bajo al trastero, en general, han perdido una medalla. Es una degradación. Es un primer paso para la salida definitiva. Un día, cada seis meses, más o menos, me armo de valor, bajo con dos o tres maletas con ruedas, y actúo, con energía, un poco sin miramientos, como suelen hacer los jueces, o los que han sido jueces. Este poeta fuera, este ensayista fuera, este catálogo fuera. 

Al no ser muy ordenado, y como tengo mucho barullo, también me encuentro sorpresas, -sucede mucho-, y re-descubrimientos. Abro un página y me pongo a leer. De modo que en esos juicios, muchos autores vuelven a ser vindicados, y les restablezco los honores y suben a casa..., de las profundidades del trastero A veces, también, los había olvidado por completo, y no sabía ni dónde estaban. En estas idas y venidas también me ocurren cosas muy raras. Un libro al que le tenía mucha manía, y que apenas leí, por prejuicios contra el autor, que conocía, lo abro ahora y veo que decía cosas importantes. Me arrepiento de no haberlo tratado bien en su día, por puro snobismo, o por impaciencia. Siempre le puedo dedicar un poema, ex-post, o mencionar en una entrada en este blog, que es lo bueno de la literatura, que siempre se puede hacer justicia..., así que pasen cinco o c¡ncuenta años.

También, como he vivido en varios países, y de las mudanzas uno nunca se recupera del todo, me sucede que sé que tengo libros, pero que están por ahí, descolocados. O que los he comprado dos veces, o en dos idiomas. Y por fin se juntan ahora durante unos de esos juicios sumarios, purgativos. Pues tras la pensa de trastero viene la de expulsión, la de desahucio. Hace unos meses buscaba para mi hija una edición de Cien años de Soledad, para su lectura colegial de bachillerato. No encontré la edición "normal" que sabía que tenía, y que debía estar en su sitio, junto a literatura latinoamericana. Bajé al trastero, y encontré la primera editada en España, cubierta de Vicente Rojo, del 69, no la argentina, pero una buena pieza. La había comprado en Quito, en una librería de viejo, en un pequeño lote que se había "traspapelado" y perdido en el trastero, con su envoltorio. Venía con Versión Celeste, de Larrea, que tengo por partida doble, y una antología de poemas de Santos Chocano.

En fin, me he extendido, pero sí, es nuestra obligación mantener algo de orden  y evitar estos espectáculos futuros... Pero el final de esta historia es triste. Mi vecino, qué decir; lo diré en breve. Sin su biblioteca, expulso de su reino, y ya en el hogar de ancianos de pago a que tenía derecho por su pensión y por los cuatro duros que le había dejado el hijo arruinado, duró menos de seis meses. Y su mujer le siguió en un mes después. Un día, en el portal, encontré una notita que anunciaba un funeral conjunto para los dos, en la parroquia del barrio. No fui, claro. No era caso. Pero de nuevo pensé en los crisoles, en la oferta que no hice, por respeto, y en aquellos catálogos que no pudo llevarse al asilo, y que le daban la vida...