LOS COMENTARIOS

To the Happy Few: espero que estos comentarios y las otras ideas o divagaciones que siguen en la bitácora presente puedan ser de alguna utilidad a quien quiere seguir o ya está en este oficio o carrera de las letras, ya porque sea muy joven y no tenga a quién acudir, o ya porque no siendo joven de cuerpo sí lo sea de espíritu, y desee o considere que es adecuado, con toda llaneza, combatir de este modo que ofrezco el aburrimiento...

Las reglas de uso que propongo al usuario son simples: que tus comentarios busquen la contundencia de la piedra lanzada y suspendida en el aire, buscando allí afinar la idea.

Deseo también que estos pequeños dardos de este diario personal que aquí inicio sirvan como disparadero de ideas para otros proyectos ajenos destinados a otros espacios.

Por último, los diálogos que se produzcan los consideraré estrictamente privados. Y no es preciso poner punto final a los mismos, pues incluso los ya transitados pueden recrudecerse pasado un tiempo.

miércoles, 27 de enero de 2016

Nos falta Riego.

He pensado hoy en Rafael de Riego, tras visitar ayer a mi amigo Carlos Alberdi, en la Biblioteca Nacional de Madrid. En su despacho hay un pequeño retrato del general, que Carlos me ha mostrado en alguna ocasión. Ayer también me habló Carlos de algunos de sus legados, objetos y cartas que guarda esa ilustre casa. No los diré aquí, pues quedan para otro día. Riego nació en 1784 en Tuña, Concejo de Tineo, en el corazón de Asturias, y murió ahorcado en la Plaza de la Cebada de Madrid, en 1823, ya prisionero de Fernando VII, el rey Felón, y una vez que los 100.000 hijos de San Luis, en representación de la Santa Alianza, hubieran derrotado a las fuerzas liberales que habían gobernado durante el Trienio liberal, entre 1820 y 1823, en nombre de la re-instaurada Constitución de 1812,  De aquellos polvos, estos lodos. Sí, nos falta Riego, y todo lo que no fue España. 
Sí, qué difícil sigue siendo España. Son días de inminentes pactos, (esto parece una broma), estos de enero de 2016, y de supuestos compromisos políticos que no terminan de darse, porque parece ser que esta palabra compromete, al declinarse, el honor propio y el ajeno, y el de la tribu que a uno le jalea desde el gallinero que llevamos dentro. Uno contempla lo que pasa o pasó en otros países, desde la atalaya de este siglo XXI ya entrado. Y se sorprende que el peso de cientos de años de conservadurismo, de dictaduras, de monarquías feudales, de luchas cainitas, de revanchas jacobinas, de guerras internas no sofocadas, de adhesiones inquebrantables, de clericalismo a machamartillo y en general de odio y de falta de respeto al otro, se halle todavía tan presente.
Pues es la gente, sus representantes, los que marcan el estado de fondo de un país, gente con fondo poco ecuánime y con temperamento religioso, henchidos de orgullo y soberbia, rasgos del carácter tan patrio, tanto a izquierdas como a derechas, centrípetos y centrífugos, tanto en el centro como en los adentros, que por generaciones parecen haber mamado el desprecio al rival, la anulación de las razones del oponente. Gentes que por todas partes ven o trazan líneas rojas, del color de la sangre, para darse valor, y para quitárselo al contrario.
Un inglés o un francés sabe ser de derechas pero al tiempo ser liberal en sus costumbres, en sus hábitos más personales, que es al fin y al cabo lo que cuenta, lo importante, y lo que por cierto en verdad molesta a todo intransigente que se precie de su intransigencia. Pueden ser laicos, franceses o ingleses, librepensadores y de derechas. Pueden ser de izquierdas, laboristas, socialistas y comunistas, pero venerar las tradiciones, los hábitos culturales no compartidos, y hasta la Navidad si se tercia, que si no es cosa suya, mejor la dejarán en manos de otros, que la harán con gusto. 
Todo esto es rara avis en este país carpetovetónico, y donde sigue latiendo el viejo deseo de aniquilar al contrario, y de imponerle nuestro credo, de darle la lección y de tomársela. Claro que estos países tuvieron revoluciones liberales triunfantes, y generaciones de ciudadanos que crecieron en libertad. Riegos triunfantes que aquí acabaron en el cadalso. Nuestro aneurisma no lo disuelve ni la dinamita, que ha sido la tradicional receta para disolver aquí las cosas, digo, para dirimirlas. Nos falta Riego cerebral.