Hace unos meses mi más reciente editor de poesía, Huerga & Fierro, y mi más antiguo, pues median treinta años entre mi primer y mi último libro en esa casa publicados, solicitó en su pagina editorial una propuesta de título para un libro de Leopoldo María Panero. Yo respondí, desde luego. Y aquí hago pública esa respuesta. Sirve de homenaje a mi amigo Leopoldo, pero por extrañas circunstancias, este título me sirve también a mí, ahora que he sufrido un herem medieval por parte de un grupo de indocumentados y amateurs de la política. Y este herem me recuerda la condición de exilio propia y consustancial al escritor y al artista, y en este sentido mismo, y como me han dicho muchos amigos, tal vez sea ello para bien, pues allí donde se pierde un gestor, se gana un poeta, -en palabras de Samuel Bosini Narral, mi editor porteño- si bien digo que perdido, nunca estuvo, eso que quede claro, pues mi lealtad a la Musa y Apolo, va por encima de todas.
En cuanto al libro publicado con Antonio y con Charo, El que hiere de lejos, en la Colección La Rama Dorada, que dirige Mercedes Monmany, otro día le dedicaré yo una reflexión a mi propio libro, pues se está revelando muy viajero, y amigo de bolos (hekibolos), y me está paseando por tiempos y lugares, dando razón a mi teoría y práctica del tokonoma que descubrió el maestro Lezama Lima. Voy a lo de Panero. Le escribía así a mi editor.
Mi propuesta de título para el libro inédito de Leopoldo es
la siguiente y requiere una breve explicación. Fuimos amigos y me siento
orgulloso de haberle realizado, en compañía de Borja Casani, una de las mejores entrevistas que se le
hicieron, y que publicamos en el primer número de La Luna de Madrid, allá por
el lejano 1983. Lo invité luego a seminarios, conferencias, lo saqué varias veces de
los centros psiquiátricos de Ciempozuelos y de San Sebastián y lo llevé por
aquí y por allá. Recuerdo siempre, cuando me venía a ver a la redacción de la
revista, que luego lo tenía que acompañar a coger un taxi porque a él no le
paraban, por la pinta que llevaba, aunque tuviese dinero. Y también recuerdo tener que quitarme de encima a su madre,
Felicidad, pobre, que quería cobrar por él, en su nombre, los modestos
honorarios que le pagábamos a Leopoldo por sus colaboraciones en La Luna de
Madrid.
Lo pasamos bien muchas veces, pese a múltiples
"incidentes" y a provocaciones varias que no son del caso. Leopoldo
era un provocateur, y por esa época todavía, cuando podía, ejercía de tal. Le
encantaba escandalizar y reírse acto seguido con esa risa hueca, arrastrada y
explosiva que solía terminar en un ataque de tos virulenta.
En una comida oficial presidida por el rector de la Menéndez
Pelayo, Santiago Roldán, el maravilloso, bondadoso y genial Curri, -y en un
curso que yo dirigía-, recuerdo de nuevo a Leopoldo quitarse los dientes
postizos y depositarlos en el vaso de agua de una señora muy formal, invitada a
otro seminario, para escándalo de todos los presentes. De esas, muchas.
La última vez que lo ví, hace unos diez años, fue en Madrid,
a mi regreso de mis años viajeros por ahí afuera. Fui por sorpresa a verlo en un
recital de poesía, creo que en el Colegio Mayor Evangelista. Al final del
recital me acerqué para saludarlo. Al verme, tras el abrazo, casi al oído, me
dijo. "Hombre, Tono, todavía no te has muerto; creí que te había muerto;
todo el mundo se ha muerto".
Vuelvo atrás. Yo por entonces, a principios de los ochenta,
estaba obsesionado con la idea del fracaso literario, personal y vital. Además,
me repugnaba la idea triunfar en la vida. Era una preocupación adolescente o
una manera de defender un atisbo de integridad, tal vez una premonición, no sé.
Mi primer libro de relatos contigo, que fue bien, recuerdas, se tituló
"Una fatal pérdida de tiempo", como este mi blog.
Yo le comentaba este tipo de cosas a Leopoldo, así como la
idea aneja de que "integrarse en el circuito" suponía una suerte de
traición a los ideales más puros de uno. Un día, a propósito de ello, me soltó
y me "regaló", así me dijo, esta frase o cita, que yo copié, a su vez
citándole, en el poema nº 25 de "De los Años Próximos", mi segundo
poemario que también publiqué contigo:
"Hay victorias que son fracasos y fracasos que son
victorias como diría Karl Liebknecht la víspera de su asesinato."
Mi propuesta de título es clara: "Fracasos que son victorias", un título de Leopoldo que hoy me viene a mí al pelo.