LOS COMENTARIOS

To the Happy Few: espero que estos comentarios y las otras ideas o divagaciones que siguen en la bitácora presente puedan ser de alguna utilidad a quien quiere seguir o ya está en este oficio o carrera de las letras, ya porque sea muy joven y no tenga a quién acudir, o ya porque no siendo joven de cuerpo sí lo sea de espíritu, y desee o considere que es adecuado, con toda llaneza, combatir de este modo que ofrezco el aburrimiento...

Las reglas de uso que propongo al usuario son simples: que tus comentarios busquen la contundencia de la piedra lanzada y suspendida en el aire, buscando allí afinar la idea.

Deseo también que estos pequeños dardos de este diario personal que aquí inicio sirvan como disparadero de ideas para otros proyectos ajenos destinados a otros espacios.

Por último, los diálogos que se produzcan los consideraré estrictamente privados. Y no es preciso poner punto final a los mismos, pues incluso los ya transitados pueden recrudecerse pasado un tiempo.

domingo, 18 de noviembre de 2012

Mensaje e Instinto. Y Alberto Caeiro.

No sé si podemos acordar en que una gran parte de las obras literarias que nos conmueven tuvieron en el momento de su gestación, y desde luego en el de su recepción,  una finalidad extraliteraria. Son inmortales y perduran, primero, por su calidad intrínseca, pero en segundo lugar porque esa calidad sólo reluce porque incorpora, en el entramado complejo de su mensaje, un sentido del compromiso de orden político, –en su vertiente religiosa o social– que, con claridad, percibimos de una forma intuitiva, directa, empática, al margen o por encima de dicha calidad. Entre forma y fondo advertimos un enlace que actúa sobre nuestra consciencia a modo de disparadero, actuando sobre esas capas profundas y primitivas de nuestro ser antiguo, más allá de la memoria, o tal vez sobrevolándola, hacia el origen. Esto que digo se hace evidente, o se torna como prueba, en el caso de las obras traducidas de lejanas lenguas, o que proceden de inextricables culturas, allí donde la forma se nos hace arcana y donde la belleza plástica del ritmo se desdobla en galimatías que aún así nos mueven.
En La Doma del Elefante, un librito modesto de piezas narrativas que encubrían ensayos y poéticas, escribí acerca del tema sartreano del compromiso, pero allí me paré en el compromiso del militante político y del resistente que quedaba reflejado en la palabra, discernible en el tiempo, en la acción del ser humano que en todo tiempo vivido y sufrido reacciona comprometiéndose en la causa que quiere ser liberadora, o que anhela la justicia o la libertad o la independencia, la suya, o la de su comunidad o pueblo que se siente amenazado o violentado por un factor externo.
Sin desmentirme de aquella piecita, pues no deseo que piense que divago mi tan fiel como escasa audiencia, sí quiero hoy ir un poco más lejos, o un poco más adentro, en este espinosísimo asunto de la finalidad extraliteraria y de la perdurabilidad de la obra.
Es cierto que en algunos casos, y gracias al trabajo de los filólogos y de otros estudiosos de la historia antigua y reciente, esa perdurabilidad se asienta en que somos capaces de ponernos en el lugar de los lectores o de los actuantes que vivieron el momento en el que tal o cual obra fue creada. Gracias a este ejercicio somos capaces de imaginar algunas de las reacciones emocionales que cautivaron a aquellos públicos del pasado que, con toda probabilidad, no imaginaron que su porvenir estaría en nuestras manos. Y, más recientemente, en las de un procedimiento de acumulación masiva de información –vía TICS–­ que garantiza un hueco en la eternidad literaria incluso a obras tan erráticas como la mía. Vamos, que hasta el más negado vate aspira hoy a una covacha digital, a un nicho en la red como este que animo, que nos habrá de salvar del olvido. Bien, ahora sí que divago. 
Volviendo a lo nuestro, reconozcamos también que en este proceder filológico, empático y cultista, subyace un cierto esnobismo que era del todo ajeno a aquellos distantes y primeros destinatarios de textos y obras. Sea como fuere, y a diferencia de otros pueblos, como el hindú, que se muestra poco interesado en la datación histórica, para los occidentales, desde Grecia y Roma,  la historia es drama, fechado, tasado, drama en gente como pretendía Fernando Pessoa, agonía, espectáculo de vanidades censadas, acopio de citas y contracitas, refutaciones verbales que navegan en el tiempo contra unos y otros autores, interpretaciones y refutaciones que queremos vivir en tiempo presente, datado. Y es de hecho esta manera de entender la historia lo que nos hace ser sobre todo occidentales. Objetamos a Aristóteles de Estagira o a Agustín de Hipona, a Federico Nietzsche o a Ortega y Gasset como si estuvieran ellos a nuestro lado, de una forma tan inflamada como en ocasiones disparatada. ¿Qué no se ha escrito sobre el esfumado que nubla la sonrisa que quiso pintar Leonardo de Vinci? ¿Sobre el ser dual que somos o no somos y que reflejan Alonso Quijano y su escudero? ¿Sobre la locura y la realidad o el radical escepticismo de un Hamlet o de un Segismundo que no saben si sueñan, si están cuerdos o del todo tan trastornados como sus apologetas?, por poner algunos ejemplos de la filosofía o del arte corrientes a todos, si bien me temo que ya no..., gracias a estos pedagogos modernos que han desterrado a las humanidades de un horizonte antes común.  
Vuelvo de nuevo a lo nuestro, a ver si esta vez puedo, a lo de la perdurabilidad de la obra, a lo que se decanta en el recuerdo, al poso de ese vino fuerte que nos retuerce el alma. Y aquí, hay que decirlo, como complemento a lo ya escrito. Freud, este otro Segismundo, lo vio, y tiene razón, y siempre la tuvo. Puede que en otras cosas que afectan a la psique humana, y en todo este asunto de «complejos griegos», y dejo el equívoco muy á-propos, se haya equivocado, o simplemente haya exagerado. Esa es la parte hebrea y fina que tiene que tiene, su exageración. 
Lo cierto es que como pocos, en un tiempo de formalización de nuevas ciencias humanas, y cuando lo que se buscaban eran certidumbres registrables que indagaran y mapearan los entresijos del cerebro, como si todo fueran corrientes y cables, Freud adivinó esas otras fuerzas impenetrables que son los instintos y las pulsiones sexuales y primitivas que anidan en individuos y en pueblos, en adultos que fueron niños y en niños que son adultos en potencia. Ese yo oscuro que está detrás del día más claro. Sólo así, por ejemplo, se puede explicar que las cautelas y los límites que imponen una buena educación, o una cultura esmerada, de repente salten por los aires, derrumbados de un golpe tumbativo, y para que salga la bestia arcaica de su madriguera, en forma de lobo, como supo también anticipar Robert Louis Stevenson en ese “Extraño Caso del Dr. Jekill y Mr. Hide”, treinta años antes que el doctor vienés. 
Un día, el cortafuegos y el antivirus pierden su eficacia, nuestro ordenador mental se queda sin defensas y emerge el ser de las cavernas pre-platónicas con un cuchillo en la boca dispuesto a dominar y poseer, intacta la sed de avaricia  y poder tan necesaria, tal vez, en la lucha por la vida y sin cuartel de aquel tiempo de barbarie que hemos, con enorme esfuerzo, replegado y acotado en este estadio de civilización superior que se supone nos honra. En fin, perdonen por el este exabrupto de retórica seudo-lírica… 
Por las mismas fechas, en 1913, en las que el Dr. Freud publicaba Tótem y Tabú, encabezaba nuestro mentado Fernando Pessoa su peculiar Drama in Gente, y no vendrá mal terminar esta nota con un poema de Alberto Caeiro (1889-1915), su maestro y coetáneo heterónimo que encabezó por entonces ese regreso a un paganismo pre-griego, telúrico, que entronca con ese ser instintivo y sensorial que anida en el abismal Ello «id» de nuestra psique, y que se enfrenta con nuestra instruida conciencia del Superyó «superego» con un resultado, el Yo, nosotros, siempre incierto y precario…, allí donde el instinto abraza al mensaje para hacerse eterno, en la obra… 
De Alberto Caeiro, de su libro El guardador de rebaños (1914-1915), copio el poema nº 2, en la traducción del portugués que nos ofreció el maestro Ángel Crespo. 
2
Mi mirada es nítida como un girasol.
tengo la costumbre de ir por los caminos
Mirando a la derecha y a la izquierda,
y de vez en cuando mirando para atrás…
Y  lo que veo a cada instante
es lo que nunca había visto antes
y me doy muy bien cuenta de ello…
Sé sentir el pasmo esencial
que siente un niño, si al nacer,
de veras reparase en que nacía…
Me siento nacido a cada instante
a la eterna novedad del Mundo… 
Creo en el mundo como en una margarita
porque lo veo. Pero no pienso en él
porque pensar es no comprender…
El mundo no se ha hecho para que pensemos en él
(pensar es estar enfermo de los ojos),
sino para que lo miremos y estemos de acuerdo… 
Yo no tengo filosofía: tengo sentidos…
Si hablo de la naturaleza, no es porque sepa lo que es,
sino porque la amo, y la amo por eso,
porque quien ama nunca sabe lo que ama
ni sabe por qué ama, ni lo que es amar… 
Amar es la eterna inocencia,
y la única inocencia es no pensar… 

sábado, 10 de noviembre de 2012

Éxitos o malentendidos. Lawrence Durrell.

La relación del poeta, del autor por antonomasia, en particular, con su obra, siempre estuvo en general más ligada con el sentido de la gloria por alcanzar y de la memoria por dejar, en esas obras, que con el público que la leyere en ese momento. No quiero decir que eso último no importase. Para nada. Siempre que ha habido cierto sentido de democracia, de tolerancia a la hora de emitir la opinión, y por tanto público dispuesto a recibir doctrina o arte sin castigo, ya fuera en tiempos de Grecia o en los nuestros burgueses, el autor ha cortejado el decir de la gente, aunque sólo fuera por aquello de la necesidad de sentirse parte del mundo. Casi podemos pensar lo mismo de filósofos y profetas; y por supuesto de novelistas.

Incluso en estos años de crisis que nos acercan a todos, autores minoritarios y mayoritarios, de inéditos o de réditos, ¿acaso puede haber un escritor digno de tal nombre que no sacrificaría gustoso, si se le pudieran ofrecer seguridades, el éxito de hoy por la fama imperecedera de mañana? ¿La vida incómoda y llena de estrecheces de lo que nunca deja de ser un momento a cambio de la fortuna literaria de la posteridad? Es verdad que nos hemos protestantizado un tanto, por seguir a Weber, y habrá alguno que dude entre la vida muelle de ahora y el silencio de mañana. Pero este que dude poco digno será de la verdadera grey que desde tiempo inmemorial honra en el altar de la Diosa Blanca.

El éxito en vida y la gloria eterna, la de la memoria de los hombres, por supuesto que también se ha dado o coincidido; pero con más frecuencia el reconocimiento ha sido más bien tardío, hacia el final de la vida de uno o, sencillamente, tras el tránsito hacia lo desconocido que es la muerte. No sé si es deseable la conjunción de ambas instancias, pero incluso en el caso de los autores de ambiciones religiosas, sólo ha sido el tiempo el que ha dado la verdadera medida a aquella creación profética cuya potencia perturbadora aspiró a dogma de fe. Pensando sólo en algunos de los Justos, ¿fracasaron en vida el Maestro Kong, nuestro Confucio, o Jesús de Nazaret? ¿Sidarta Gautama o Sócrates? Es posible que esta pregunta retórica sea de aplicación más discutible para estos últimos mentados, quienes nos dirían, especulo, que el éxito o la gloria de su mensaje está en relación con el sentido de pureza y de autenticidad del mismo, y no tanto con el de su extensión, perdurabilidad o nombradía. Si es así, ambos cuatro han fracasado, muy notablemente, puesto que su éxito sólo ha sido posible gracias a un formidable malentendido.

Esto me recuerda un bello poema de mi venerado Lawrence Durrell, y es el que dedica a Horacio, tras su lectura en la edición de clásicos de James Loeb. El poema lleva el título de "On First Looking into Loebs´s Horace" (Un primer vistazo en el Horacio de Loeb"). El poema es un recuento o trasposición de los azares del poeta romano, cuya última estrofa, la que aquí nos conviene, dice así:
 

So perfect a disguise for one who had
Exhausted death in art -yet who could guess
You would discern the liar by a line,
The suffering hidden under gentleness
And add upon the flyleaf in your tall
Clear hand: `Fat, human and unloved,
And held from loving by a sort of wall,
Laid down his books and lovers one by one,
Indifference and success had crowned all´.

Que en una traducción aventurada y atrevida propongo como:


Oh tan perfecto disfraz para quien
vació la muerte en arte - y aún adivinar pudiera
o discernir al mentiroso por una línea,
al sufriente oculto en cortesías
y anotar en la alta celosía

de su clarísima palma: 'Gordo, humano y malquerido,
separado del amor por una especie de muro,
derribados libros y amantes uno a uno,
coronados de indiferencia y éxito todos han sido.

 

¿Perduramos, pues, a costa de una tergiversación que combina en el supuesto éxito la indiferencia de una vida que ya no lo es? ¿Es la memoria un equívoco que con dificultad deshacemos?

Y sin embargo, estas mismas palabras de un 10 de noviembre de 2012, en un día lluvioso de Madrid, mientras escucho a lo lejos, en el salón, las sonatas de piano de Beethoven, ¿es todo ello acaso la prueba en contrario de que ese equívoco puede revelarse como parte de una trascendencia pagana que nos trae hasta hoy a Horacio y a Durrell? ¿Reviven al presente en el recuerdo? ¿Recobran vida ambos? Sin duda ni el uno puede apurar el cálido vino ni el otro recuperar al amante, pero, ¿en nuestra apelación de hoy, qué hay de ellos que resplandece en la oscurísima tarde de este frío otoño?