LOS COMENTARIOS

To the Happy Few: espero que estos comentarios y las otras ideas o divagaciones que siguen en la bitácora presente puedan ser de alguna utilidad a quien quiere seguir o ya está en este oficio o carrera de las letras, ya porque sea muy joven y no tenga a quién acudir, o ya porque no siendo joven de cuerpo sí lo sea de espíritu, y desee o considere que es adecuado, con toda llaneza, combatir de este modo que ofrezco el aburrimiento...

Las reglas de uso que propongo al usuario son simples: que tus comentarios busquen la contundencia de la piedra lanzada y suspendida en el aire, buscando allí afinar la idea.

Deseo también que estos pequeños dardos de este diario personal que aquí inicio sirvan como disparadero de ideas para otros proyectos ajenos destinados a otros espacios.

Por último, los diálogos que se produzcan los consideraré estrictamente privados. Y no es preciso poner punto final a los mismos, pues incluso los ya transitados pueden recrudecerse pasado un tiempo.

domingo, 22 de julio de 2012

Morir, mutis por el foro, salir. Vicente Aleixandre.

¿Importa tanto la salida?, ¿el último gesto?, ¿la última palabra?, ¿importa eso más que la vida, que toda la vida, o que los mejores momentos de la vida?, ¿por qué estamos tan pendientes de ese instante que debe ser sin duda insignificante si lo colocamos en la perspectiva de una vida completa? Y sin embargo así sucede.  

Hace menos de un mes ha muerto mi hermano mayor, de cáncer, sólo tenía 58 años. Y entre todas las cosas que se dicen, entre familiares y amigos, está esta de saber qué pensaba o qué no pensaba, o qué decía o dijo, a solas, o al descuido, o en actitud de complicidad o tal vez medio ido, mientras su vida se iba apagando. Un amigo atesora una frase que otro no oyó, otro hermano, un consejo o una súplica, una enfermera, una actitud que siempre se presume valiente en el trance. El médico, en su papel, despachando enfermos y candidatos a finados. Con prórroga o sin ella. En fin, nadie sabe nada. Y como en el teatro, o en la novela, el punto final de la vida es un precipitado hacia el aplauso o hacia otra cosa, que no sé si es el olvido. Pero que desde luego sí es el fin del mundo para el que se va. 

Entre los que quedamos en tierra, y no hemos partido en la nave, por hacer imagen griega o egipcia, se reparten condolencias y tristezas. Pero nada de todo eso consuela al muerto, que al cambiar la vida por la muerte, se encajona entre cuatro tablas; así, morir es como meterse en un armario; unos se esconden, otros vuelven. Tal vez por eso los niños temen a los grandes armarios. 

Bien que lo decía Píndaro y yo lo he repetido muchas veces, y aquí, Sueño de una sombra es el hombre, pues el castillo de naipes que es la vida y en el que tanto esfuerzo ponemos, puede derrumbarse en un instante, como aquél atleta pindárico que pasaba del laurel al ciprés igualmente laureado, del tálamo al túmulo podemos decir, que es cosa de paronomasia, juego verbal con nombre de enfermedad muy seria para quien la padece. 

Parece que el tiempo pasa y la fiesta se acaba. Vicente Aleixandre, en Sombra del Paraíso, escrito entre 1939 y 1943, en decir, en aquella época en la que el Señor del Mal se había enseñoreado del mundo, escribe, al final de su poema Primavera en la tierra y dirigiéndose a los poderosos hados que habían gobernado su juventud, y también la efímera esperanza de España, y de Europa:  

Hoy que la nieve también existe bajo vuestra presencia
miro los cielos de plomo pesaroso
y diviso los hierros de las torres que elevaron los hombres
como espectros de todos los deseos efímeros.


Y miro las vagas telas que los hombres ofrecen,
máscaras que no lloran sobre las ciudades cansadas,
mientras siento lejana la música de los sueños
en que escapan las flautas de la Primavera apagándose. 

Sí, Pan se aleja y vuelve a los bosques, la juventud se marchita y la muerte y la consunción ya lo invaden y permean todo. Los títulos de los poemarios de Aleixandre son elocuentes y gráficos a la hora de ilustrar el paso de la vida en el hombre. El poeta joven de Pasión de la Tierra (1928-1929) o de La destrucción o el amor (1932-1933), ya va dando aquí en este que he copiado paso al poeta que escribirá los Poemas de la Consumación (1965-66) o losDiálogos del Conocimiento (1966-1973). Sí, la vida pasa, el amor se desvanece, las fuerzas flaquean, y se supone que antes de esa consumación nos hacemos más sabios, si tal vez, cuando ya no lo necesitamos. Más adelante, en los Poemas de la Consumación, nos dice en el terrible Rostro Final:
 
La decadencia añade verdad, pero no halaga.
Ah, la vicisitud
No se cancelará, pues es el tiempo.
Mas sí su doloroso error, su poso triste. Más bien su torva imagen,
Su residuo imprimido: allí el horror sin máscara.
 
Mucho recomiendo este hermoso libro, los Poemas de la Consumación a quien aquí se queda, de momento, con pocas ganas de meterse en el armario, o almario, que para el caso…

La vida, como sabían los filósofos vitalistas, es proyecto. Y su antítesis es la muerte, salvo para el creyente. Y entre estos últimos, está claro que la mayoría no las tiene todas consigo, por cómo se aferran al mundanal… Fuera el sarcasmo, uno, en cuanto que vida, nunca está preparado para aceptar el suceso de la muerte. Mi posición ante ella ha ido variando a lo largo del tiempo, como todo. De adolescente, la muerte me era tan inexistente como el futuro que me estaba reservado, y aún el que me aguarda no deja de producirme por igual desconcierto y curiosidad. Pero en medio del turbión de pasiones de la edad, la muerte ejercía sobre mí una suerte de atracción sólo comparable a la del amor. La propia idea del suicido, en la que todo joven piensa alguna vez, antes de hacerse hombre, se mostraba como un eco de esa meditación electiva, en la línea extrema de la muerte propia que reclamaba Rilke o Juan Ramón. 

En todo caso, la muerte del suicida es otra cosa, en cuanto que la frase susurrada o punto final al que antes hacía referencia no cierra el texto sino que lo abre…, como en la novela experimental, o en esas obras de finales abiertos, en las que el autor deja que el lector imagine un final a la carta. Es un muerto por cuenta propia, que se enfrenta al canon literario o artístico, ofreciéndonos una instalación muy contemporánea en la que se inmola y que siempre nos deja un poco estupefactos. A él se opone el muerto por cuenta ajena, el que se somete al proceso que le toca cuando le toca, bajo la mano invisible de la Parca, empresario terrible que nos explotará hasta el final sin ningún miramiento. Sarna con gusto no pica, dirá alguno. 

Habiendo elegido yo esta segunda opción, la de la muerte por cuenta ajena y que parece menos cool, me consuelo de todo ello pensando en el sentido del deber que uno ha asumido hacia sí, hacia su obra, hacia los que dependen de uno, de una manera material o figurada, a modo de ejemplo, y en aquello de componer, a la italiana, una bella figura hasta el final, y también en la idea de pasar el testigo a los que vienen sin estridencias, para que disfruten sin amarguras lo mucho que ofrece la vida, sobre todo en los comienzos. O tal vez es que el fondo, a fuer de ser posmoderno, he hecho un bucle, y ahora soy muy clásico, y no me gustan los finales abiertos…