LOS COMENTARIOS

To the Happy Few: espero que estos comentarios y las otras ideas o divagaciones que siguen en la bitácora presente puedan ser de alguna utilidad a quien quiere seguir o ya está en este oficio o carrera de las letras, ya porque sea muy joven y no tenga a quién acudir, o ya porque no siendo joven de cuerpo sí lo sea de espíritu, y desee o considere que es adecuado, con toda llaneza, combatir de este modo que ofrezco el aburrimiento...

Las reglas de uso que propongo al usuario son simples: que tus comentarios busquen la contundencia de la piedra lanzada y suspendida en el aire, buscando allí afinar la idea.

Deseo también que estos pequeños dardos de este diario personal que aquí inicio sirvan como disparadero de ideas para otros proyectos ajenos destinados a otros espacios.

Por último, los diálogos que se produzcan los consideraré estrictamente privados. Y no es preciso poner punto final a los mismos, pues incluso los ya transitados pueden recrudecerse pasado un tiempo.

lunes, 9 de abril de 2012

Heraldos e intérpretes. Ferlosio.


Un amigo me comentó hace poco un sucedido que no sé si merece una reflexión desde el oficio de escribir: la lectura semanal de los suplementos literarios se hace de día en día irrelevante, me dijo. Se refería sobre todo a los que se escriben desde los grandes medios de comunicación. Sí, lo que allí se dice importa poco, parece ser. Y lo que se dice a modo de guía o anuncio en muchas ocasiones preludia una decepción cuando por fin tenemos el libro anunciado en las manos. Salvo cuando se habla de clásicos, o de reediciones y traducciones de maestros que uno ya conoce, sucede con demasiada frecuencia que compra uno un libro que es novedad de la que el heraldo nos ha prometido mil primicias que luego vienen a trocarse en archisabidos clichés.  

Bueno, no sé si esto ha sido siempre así, o sucede tal vez que se hace preciso abandonar estos decepcionantes dispositivos y confiar en las revistas independientes. Con amigos yo tuve y dirigí revista durante años, La Luna de Madrid, y muchos de mis camaradas tuvieron revista o escribieron en ellas. Y es posible que el tiempo y el tempo de las revistas literarias o de arte no sea el de los suplementos de los diarios. Las revistas cumplen otra función, de avanzadilla, de imaginación sobrevenida de lo que es o será libro o tesis mayor, y pueden por tanto ser tan libres en la elección de su argumento como arbitrarias en su juicio. 

En las revistas cabe la obstinación del que arriesga su nombre, aunque este pese poco de cara a los muchos; en los suplementos de los diarios en cambio, pesa una pretensión de objetividad que con frecuencia esconde una falta de talento a la hora de aunar criterio, valor y libertad. ¿Sucede así en otras secciones de estos grandes medios? Supongo que esto que digo puede aplicarse tal vez a otras secciones regulares del periódico. Pero su apunte lo dejaremos para otro día. 

He mencionado un concepto: libertad, rara avis esta en el mundo de las rotativas. El crítico, o el periodista, tantas veces, no se atreve a decir lo que piensa, por temor a lo que dirá la casa, vinculada a grupos editoriales, empresariales y políticos más amplios; por temor a lo que dirán los editores, puesto que también aspira a que le editen a él, por temor al criticado, que a veces es un magnate, o su propio jefe, en el caso de directores y redactores de medios que fungen de envanecidos plumíferos; o porque se deben favores unos y otros, puesto que España es un país de reciprocidades, donde reina el chalaneo en detrimento del mérito.  

Además, el mecanismo de selección de libros es del todo pernicioso. El autor, o su editor, coaligados, como saben que no hay mucho espacio disponible en dichos semanarios, se ven obligados a realizar un innoble ejercicio de pasillo ante otros críticos y amigos escritores con el fin de que convenzan a los directores de esos suplementos para que tal o cual libro sea reseñado. Así las cosas, el crítico, cuando al fin se pone ante el libro, sabe que ante todo está ante un compromiso del que ya salir airoso es empresa difícil. 

Los que estamos un poco en el ajo de estos tejemanejes, bien porque ocasionalmente hemos ejercido la crítica en estos espacios (yo poco, y menos la dedicada a escritores españoles, que es la más arriesgada), o bien porque somos del gremio, sabemos leer entre líneas, puesto que conocemos algo los antecedentes y las relaciones clientelares o amistosas entre unos y otros. Lo más divertido de todo ello es ver cómo tal o cual escritor o crítico hace malabarismos para no decir lo que en verdad piensa, o para decirlo de tal modo que su apadrinado amigo o jefe crea que lo elogia cuando al mismo tiempo lo vapulea con taimada sutileza. Porque tal escritor, si le queda algo de vergüenza, vese obligado a enviar un sutil mensaje, bien disimulado, que no se dirige al lector del suplemento, sino al resto de sus colegas, para que sepan, como saben, que aquélla, como tantas, es una crítica que llamaré aquí garbancil o alimenticia, para distinguirla de la garbancera u ordinaria, que también las hay y son las que no se hacen a escondidas, puesto que el susodicho periodista ha perdido del todo la vergüenza, o es que ya no le importa más que el comer y el medrar. 

En otras ocasiones, por último, la impertinente presión procede del todopoderoso departamento de publicidad del medio de comunicación, que ejerce de mamporrero y autócrata en todas las redacciones españolas con el argumento consabido de que lo que importa es llegar a fin de mes, y no finezas literarias que por lo demás tienen que ver muy poco con la verdad, y, en todo, caso, son siempre discutibles, como se encargan de recordar un día sí y otro también.

A todo esto, el lector, que ignora estos apaños, ¿sabrá discurrir entre tantas verdades a medias? “Sólo la luna sospecha la verdad, y es que el hombre no existe”, anotó Vicente Aleixandre, a modo de poema imaginativo, o crítico y catastrofista, previendo, tal vez, un 2012, en el que da igual una cosa u otra. Nosotros, hoy, al dictado de estos pergeñadores de éxitos podríamos escribir, “Sólo el hombre sospecha la verdad, y es que la luna no existe”, pero esto sería un poema surrealista, o tal vez, quién sabe, otra profecía del fin de los tiempos. 

No habiendo, pues, libertad en el crítico, falta valor para desafiar este mundo de miserias librescas, o de sus aledaños, para ser más preciso. Y como de lo que se escribe no se vive, y hoy todo el mundo parece que quiere vivir, y no ser el héroe de nuestro tiempo y morir épicamente, a lo Lérmontov, pues sucede que existe una continuidad de disfunciones en la que todo el mundo quiere ser de todo y nadie se conforma con lo que es.

El crítico quiere ser escritor y el escritor, crítico, que le parece que éste vive mejor, o se le conoce más. Y con ello tiene más posibilidades de llegar y saltar de la tribuna impresa a la tertulia, en categoría radio o televisión, o al cargo institucional en algún gabinete. Y es cierto que se le conoce más porque la página del suplemento se pliega en máquina en las decenas de millares, o se enlaza por millones en la red de redes, y la del triste libro en la de los contados y escasos miles, quien tiene esa suerte, o en los cientos, que somos la inmensa mayoría de los vates aspirantes a crítica, y que además no somos magnates, de modo que podemos ofrecer poco a cambio.

Aquí, a modo de escolio, yo diría que hay algo que el escritor no debe nunca olvidar. Y es que en el periódico, impreso o virtual, y salvo rara excepción, uno viene ahora incorporado como paquete, o en paquebote. O mejor dicho, viene uno dentro del enorme y comprimido paquete que trae el periódico de nuestros días, con películas de vídeo de regalo, grabaciones musicales, suplementos de colecciones de minerales, de historia, de geografía, revistas ilustradas, juegos des-reunidos, y muchísimos concursos, y hasta con semillas y bayas de distintos árboles, que incluir todo esto ha estado muy bien, y no me resisto a dejar de anotarlo porque sienta un precedente de esos que inauguran línea nueva, y que puede terminar convirtiendo el periódico del mañana en algo que hoy no conocemos pero barruntamos, escenario objetual y de puro supermercado en donde el lector tendrá poco que leer y mucho que elegir entre ofertantes de productos. Ya estamos casi ahí, y por eso mandan los mamporreros antes citados, los que traen la publicidad y los patrocinios y no los que escriben las noticias, que son ya sólo coartada de los primeros.  

Pues decimos que en este incómodo atadillo llega uno hasta el lector, con cosas diversas, de nuevo al estilo del gran almacén, con cosas que decir, digo, que seguramente al lector no le interesan y con cosas que decir el escritor que seguramente no quiere que todos conozcan. Otro día habría que hablar también del público y de su poca o nula práctica a la hora de defender la libertad de sus heraldos, pues cuando esta se ha visto cercenada por redacciones sumisas, no pude decirse que estos públicos hayan sabido estar a la altura. Con la Ilustración, en Europa, en el siglo XVIII, y Voltaire lo pregonaba, el autor se libera del minoritario mecenas que lo vigilaba tanto como lo tutelaba para encontrarse con el público innumerable que le permitía ser él. Pero para que el escritor, o el periodista, sea libre de veras precisamos de un público que también lo sea o lo quiera ser: ¿lo tenemos? 

El segundo principio entrópico de la termodinámica, aplicado a la teoría de la información, nos dice que cuanto más lejos se llega más información se pierde durante la trasmisión, esto es, más se debilita la señal emitida; en romance castellano, que quien poco abarca mucho aprieta. Así, cuantos más lectores tiene uno por la vía de paquebote o suplementos de diario menos le comprenden lo que dice.

Dije también que en los suplementos de los diarios falta criterio. Poco que añadir, pero echo en falta, por sobre la libertad y el valor, esa soltura de miras, relacional y largo alcance de un Baltasar Porcel, de un Eugenio d´Ors, de un Juan Eduardo Cirlot, de un Álvaro Cunqueiro o de un Rafael Sánchez Ferlosio, por decir de algunos que escribían crítica literaria a modo de ensayo, buscando no ser sólo heraldo sino intérprete, como lo hacían los Edmund Wilson, los George Steiner, los V. S. Pritchett, o los E. M. Forster, vislumbrando más que diciendo, y lo hacían en las revistas y suplementos de los diarios…, de otro tiempo y en lugar que, se ve, no es el nuestro.  

Leemos un libro de cualquiera de ellos, el Non Olet, de Ferlosio, que contiene textos que proceden en simiente de artículos aparecidos en prensa, no todos, pero que se escriben al hilo de lo leído en la prensa. Todo es allí rico y sugerente, desde un título que rinde homenaje a Lampedusa y a su Gatopardo hasta la aguda observación de un cascarrabias que escribe para remover nuestra conciencia. Y tal vez eso es lo que buscamos. O lo que yo busco en el ensayo, esa vis acratoide y radical, culta e irredenta de puro desparpajo que aquí ha dado a Valle y a Unamuno, pero también a La Codorniz. En fin, que pido para los suplementos, y pide mi amigo, lo que estos no pueden dar, salvo como anomalía. Luego, claro, saldrá alguno de mis libros, espigado y raro, y querré yo que me lo reseñen…, en fin, ¡quién me mandará meterme en estos charcos!