¿En qué medida seria o en qué sentido profundo podemos decir o hablar de años ganados? Nuestra experiencia inmediata de historia, de la historia de lo acontecido en nuestra vida, y en la de nuestros padres y abuelos, y de la historia de lo leído y transcurrido nos dice que los años nunca se ganan sino que se pierden.
La historia, su periplo, para hacerse, nos hace perder todos los años, y, con ello, nuestra vida. Es así como un sujeto colectivo que nosotros hemos trascendentalizado se constituye a nuestras expensas, sobre nuestra chepa.
Pero nuestra conciencia interior, nuestra conciencia de individualidad, cualquiera que sea nuestra propia percepción de nosotros mismos, nos habla, nos sugiere, al contrario, de años ganados.
Esa consciencia de individualidad, me asusta decir nuestro yo, crece y se consolida, en sus miedos y en sus éxitos, sobre la percepción interior de un crecimiento por acumulación que nos sobrevive, que se sobrepone a nosotros desde la experiencia de esos años que se ganan.
Esa individualidad acrecida, sobrepujada, arrebatada a lo informe de ese sujeto colectivo que es la historia es lo que otros han llamado sucesivamente inmortalidad, o gloria, o fama, o recuerdo imperecedero. Supongo que también esto es lo que buscamos escribiendo libros o ejerciendo de artistas. ¿Un cielo de papel? Ahora, ¿una eternidad digital? En todo caso, el tiempo que pasa es uno de los temas centrales de todo individuo, de todo escritor, aunque no se note, aunque no se exprese. En mi caso lo ha sido y de manera expresa. Es posible que siempre me haya sentido un poco viejo por adelantado. A los 18 echaba de menos los 14. A los 30, los 20. Y así hasta hoy.